jueves, 29 de mayo de 2014

Canta que cantarás I

En el post que dedicamos a León Felipe, nuestro patrón, ya hice una pequeña incursión en el mundo de los cantautores. Pues hoy les dedico el post sólo a ellos. Y ellas, claro. 
Nuestros amigos de la RAE definen al cantautor/a así: cantante, por lo común solista, que suele ser autor de sus propias composiciones, en las que prevalece sobre la música un mensaje de intención crítica o poética. Yo añadiría de dudosa voz. Y digo dudosa porque algunos cantan de regular tirando a mal y con la intención poética parece que se salvan.

Estoy convencida de que todos tenéis en vuestra cabeza, de forma voluntaria o involuntaria, una cantidad considerable de canciones de cantautores. A menudo suele ser cosa de nuestros padres que desde pequeños nos "torturan" con su música (escribo esto mientras la pobre Moneypenny escucha Ojalá de Silvio y su padre que se la canta y ella encantada). Personalmente nunca lo he sentido como algo negativo porque me parece que una de las mejores cosas de este mundo es la música y si encima nos arraiga a nuestros padres, más. Ahora me pongo inusualmente tierna. Será que echo de menos mi archienemiga y me relajo. 

Podemos hacer una larga lista de los cantaures que hemos heredado de nuestros padres, tíos o hermanos mayores. Y de cada uno de ellos elegir una. Yo he decidido hacer algo así y compartirlo. 

La primera en mi caso ha de ser la canción a la que, en parte, debo mi nombre. Una canción poco conocida de Joan Manuel Serrat, de 1978, no de las mejores, pero que tuvo a bien cantar para que mis padres se lanzaran a llamarme Senyoreta. Chiste. Irene.



Seguiremos con una canción que me pone la piel de gallina, la de la espalda. Cada vez que la escucho me pasa.  La voz de Pablo Milanés cuando dice "tu mano" me pierde. Es Yolanda, claro.






Yo ahora quería poner un clásico: Al alba. Dudaba si poner la versión de su autor, Luis Eduardo Aute, o la de Rosa León por reivindicar su presencia en nuestra infancia y sus gafas. Al final he encontrado esta actuación de ella con Miguel Ríos y no me he podido resistir. 


 



En esta casa el fan de Silvio Rodríguez es Mr. Xarin junto con sus hermanos. Te doy una canción es una de mis favoritas. 



De Joaquín Sabina (primer famoso al que recuerdo haber visto de pequeña) me quedo con Y sin embargo. Al final voy a resultar ser una romántica de verdad. 




Mi idea era que esto fuera un único post. Pero pongo el I en el título y lo divido. Prometo publicar la segunda parte la semana que viene. Yo no me canso, pero imagino que vosotros sí. Gracias si habéis llegado hasta aquí. Aunque antes de acabar tengo que añadir a esta primera mitad una útlima canción.

Isamel Serrano me gustó mucho en su día con Atrapados en Azul. Querría poner otra canción pero la boticaría García merece que escuchemos México insurgente

miércoles, 21 de mayo de 2014

De novelas y flores

He esperado un tiempo prudencial para escribir este post porque nos mantenemos en la idea del blog culto y el fallecimiento de Gabriel García Márquez lo convertía en mainstream.

Si volvéis a mi primer post sobre cuentos, veréis que mi intención ya era escribir sobre Mercè Rodoreda. El post sobre ella rondaba mi cabeza y tras la muerte de García Márquez llegó de nuevo a mis manos  este maravilloso artículo suyo de 1983. Al releerlo (reconozco que no lo recorbada apenas, juraría que lo leí en la carrera) supe que poco podía añadir a sus palabras. Que si al leerlo no os entraban unas ganas locas de leer la obra de Rodoreda, de nada iba servir que yo os contara que una de sus novelas, Mirall trencat, fue una de mis lecturas obligatorias en literatura catalana de COU y que en parte me llevó a elegir la carrera. Poder estudiar lo que la gente había escrito me pareció un regalo. 





También os puedo contar que cuando estuve en Berlín en 2007 compré, en una librería de segunda mano, una traducción de su obra más conocida La plaça del Diamant y que al buscarla para el post he visto que incluye el artículo de García Márquez. ¿No es todo estupendo? Pues hay más. También compré otro libro porque me pareció curioso que estuviera incluído entre las traducciones que el librero había decidido sacar a su mesa de la calle aquel día: Pedro Páramo* de Juan Rulfo. Dos libros que García Márquez había unido en su artículo de cuando yo tenía 2 años y medio y cuyas traducciones al alemán atesoro en mi reducida biblioteca. Está claro que el librero tenía en su mente la relación que García Márquez había establecido entre las dos novelas. No penséis que creo que es algo místico.


La vida y obra de Mercè Rodoreda estuvieron marcadas, obviamente, por la guerra civil y el exilio. Y digo obviamente porque no imagino a nadie a quien vivir todo aquello no haya marcado. Los personajes femeninos de sus novelas son tan complejos como maravillosos; desde la joven Aloma que da nombre a una de sus novelas de juventud hasta Teresa Goday protagonista de Mirall trencat, pasando por la famosa Colometa, Natàlia en realidad, de La plaça del Diamant. Su producción en prosa también incluye cuentos, de los que os quise hablar en un principio, que se pueden encontrar en La meva Cristina i altres contes, por ejemplo. A mí siempre me ha parecido que Rodoreda no escribía para complacer al lector y es por eso que me atrae. No pretende que te guste lo que va a pasar y, sin embargo, pasa. 

Y paro. Siempre que intento escribir sobre literatura se me va de las manos. Gracias si habéis llegado hasta aquí. Y si todavía no lo habéis hecho, por favor, leed el artículo de Gabriel García Márquez.



*Si no habéis leído Pedro Páramo, tardáis.

NOTA1: Sé que no he llamado Gabo a Gabriel García Márquez. Espero que se me perdone. 
NOTA2: No lo he comentado antes porque me parece evidente, pero lo escribo: ¡qué grande tuvo que ser ese encuentro entre los dos! Suspiro. 

martes, 13 de mayo de 2014

Grandes frases

A mi entender se consideran grandes frases aquellas que son dichas por personas célebres de todos los tiempos o aquellas que por solera han pasado a formar parte de la cultura popular. Pero ¿qué pasa con las grandes frases de la vida cotidiana? Lejos de querer hacer un monólogo (ahora mismo me he sentido en el Club de la Comedia) pretendo comentar tres de esas frases que, para bien o mal, se las lleva el viento.

“Cuando me has llamado estaba saliendo de la bañera”. Esta frase es de persona divina. En su momento me la imaginé en mitad de un baño de espuma de lo más elegante. Si os fijáis, independientemente de si tiene plato de ducha o bañera, o de si se había duchado en cinco minutos o se había dado un baño maravilloso, dijo bañera. Es la elección de las pequeñas palabras la que nos hace grandes a los ojos de los demás.




Leer la siguiente frase con tono de penuria infinita: “Todo el mundo me dice que soy pija*”. Esta frase me encanta de encantar (guiño). Sé que la leéis y sois capaces de visualizar a alguien conocido. Nos hallamos ante la típica falsa queja. Falsa por ser queja y falsa porque igual ni se lo dicen. El receptor se halla en un aprieto y tiene dos opciones claras: a) seguirle la corriente “pobre, tiene que molestar mucho” y b) seguirle la corriente “claro, si es que eres tan pija”. A mí me gusta más una tercera opción que pienso poner en práctica la próxima vez que me encuentre en tal tesitura: “pues a mí no me lo pareces”.

“Estás guapísima en esta foto. No pareces tú.” Ésta es mi favorita de las tres. Por lo obvio. Es el falso piropo más bonito que se ha dicho nunca. Lo cruel del caso es que la persona que lo dice no tiene mala intención. Por suerte hay personas que no se dan cuenta de la atrocidad que supone estar guapa por no parecer una misma y se sienten halagadas con este falso piropo. Siento si he abierto los ojos a alguien, no era mi intención.




Como podéis ver las grandes frases se hallan a la vuelta de la esquina o al descolgar un teléfono. Puede que no sean comparables a las de Wilde o Mae West. Puede incluso que sean unas frases horribles y sin demasiado sentido, pero son grandes por su cotidianeidad. Sería un buen regalo para la humanidad hacer un buen recopilatorio como los de chistes verdes. Ahí lo dejo.   

* Se puede cambiar "pija" por aplicada, delgada o culjanter.

viernes, 9 de mayo de 2014

Las prisas son buenas





Hace algo más de un mes estuve un fin de semana en Londres. El domingo, yendo hacia el aeropuerto, hubo una avería en el metro y estuvimos parados durante unos tres cuartos de hora. Al ser la línea del aeropuerto, casi todo el mundo llevaba maletas y, supuestamente, tenía aviones que coger. Digo "supuestamente" porque, a tenor de lo que sucedió en aquel vagón, probablemente en aquellas maletas lo que transportaban eran cadáveres para enterrar en algún sótano de las afueras y, de coger avión, nada de nada. 

Cada diez minutos, un señor nos daba información por los altavoces. La justita. Básicamente, que no se sabía nada, y que a esperar.

La señora que tenía sentada enfrente sacó de su bolso la labor con desgana. Se puso a tejer una bufanda muy naranja y muy horrible. El que se supone era su marido, con hurgarse la nariz tenía bastante. El chico sentado a mi derecha sacó de su mochila una revista muy rara, algo de música heavy, y se puso a pasar páginas como si en aquello le fuera la vida. Al otro lado un indio hablaba por teléfono todo el rato (incluso cuando hablaba el señor de la megafonía, para ponerlo fácil al resto). Otra señorita muy mona jugaba al Candy Crush. Ante tal panorama, el de la izquierda de mi marido se durmió. En su hombro. Mi marido, por su parte, con el brazo que le quedaba libre, se puso a contestar mails de trabajo.

Mis ronchas y yo queríamos matarlos a todos (al marido primero) y meterlos en esas maletas. ¿Pero es que nadie tenía sangre en las venas? Nadie se inmutó. Nadie levantó la voz. Nadie miró el reloj ni hizo un sólo chasquido con la lengua. Nadie comentó siquiera con el vecino aquello de "menuda faena, vamos a llegar tarde". Yo sólo pensaba en lo que sucedería en Madrid si un vagón de camino al aeropuerto dejase encerrada a la gente durante tres cuartos de hora, un domingo por la tarde, sin dar explicaciones. Con el martillo de romper las lunas habrían terminado con la vida del consejero de transportes, o, en su defecto, del maquinista o el guarda jurado del Metro. 

Quizá la puntualidad británica implique llegar al aeropuerto tres horas antes y aquellas gentes fueran sobradas, pero lo cierto es que con los 45 minutos que estuvimos parados, mas otros cuarenta extra que perdimos cogiendo otro tren al tener que apearnos en otra estación debido a la avería, si tuve la suerte de no perder el avión fue porque el avión también se retrasó.

Y, sin embargo, aquella gente sin sangre no se inmutó. Asumió su destino estoicamente y se dedicó a aprovechar el tiempo de la mejor manera que pudo.

En el fondo, no sé si envidiarles. El desenlace de la historia hubiera sido el mismo (con o sin histeria) y ellos se evitaron las ronchas y el omeprazol. No tener nunca prisa, no sufrir por futilidades, debe de ser una sensación maravillosa. Yo no la conozco y quizá me esté perdiendo algo importante. ¿Llego tarde para eso? Espero que sí. Porque, probablemente, para sacar lo que lleve dentro, un día, acabaría matando silenciosamente a alguien. Y ya sabéis lo que haría después.

martes, 6 de mayo de 2014

María Manías

Los años pasan y vamos acumulando manías. Es un hecho. Seguro que los que vais a leer este post (afortunadamente sois pocos y me mantengo como bloguera de culto) tenéis muchas. Los humanos tenemos tantas manías que no todas las computamos como tales por salud mental. Sabed que no hay nada que me dé más rabia que alguien que diga que no es maniático. Ser maniático es tan básico, fundamental e inevitable como ser amigo de tus amigos.

Manías hay de muchos tipos y mientras intento hacer una clasificación(sin documentarme, a pelo esta vez) me doy cuenta de lo difícil que es. He decidido que voy a confesar algunas mías y así, con un poco de suerte, podré hasta clasificarlas. Quiero aclarar que las manías (en mi caso, insisto) no son siempre aspectos negativos de la realidad aunque sí en su mayoría.




He optado por la clasificación más obvia, la de los sentidos. Cada manía se agrupa según el sentido que principalmente la percibe. 

Vista: ¡hay tantas cosas que no soporto ver! Una de las que peor llevo es a la gente mal calzada. Y no me estoy refiriendo a que los zapatos me gusten o no, eso ya cada uno lo suyo. Me molesta ver a la gente con zapatos plasticosos y de malísima calidad. Y ahora que me fijo en el calzado infantil ya ni os cuento. ¿No os da vergüenza que vuestros hijos vayan en carros carísimos, pero lleven unos zapatos de mierda? Esto podría darme para un post entero. Paro.



Oído: Os podría hablar del sonido irritante que hace la tiza contra una pizarra de las verdes, pero todo esto está quedando atrás con los rotuladores, las pizarras blancas y qué decir de las digitales. A mí me molesta mucho más reconocer a los actores de doblaje. Empiezo a ver una película y de repente (y mucho antes de lo que quisiera) el actor protagonista se convierte en Eduard Farelo. A mí Farelo me parece majo, pero me irrita su voz en otro cuerpo, soy muy tradicional. Peor es cuando asocio una voz de actor de doblaje a un actor o actriz americano y luego lo veo en todas las pelis haciendo de otros actores americanos. Por ejemplo Anjelina Jolie que es doblada por la misma actriz que dobla a Nicole Kidman o Helena Bonham Carter. Acabo de buscar el nombre de la actriz de doblaje por justicia divina y se llama Nuria Mediavilla. Besis.

Olfato: "A ella le gusta la gasolina, dale más gasolina." Hemos llegado a unos precios de mercado que si me la regalan sería capaz de llevarla en botellas en el bolso, pero su olor me parece de lo más asqueroso. Y ya no hablo del olorcito que hay ahora en las gasolineras, me refiero a aquella peste insoportable de los ochenta que tantas veces me hizo suplicar que me dejaran en casa y me recogieran después de llenar el depósito. Sé que a mucha gente le encanta. Me consta.

Gusto: Este va a ser el aspecto que más os sorprenda y que más críticas despierte. De hecho ya sé de cierta tuitera, muy amiga de hacer falsos favs, que me va a criticar. A mí, de gusto pocas cosas me desagradan porque como sean feas no las llego a probar. Y me diréis "¿la comida fea?". Pues sí. Me enorgullece decir (a mi madre, la pobre, no tanto) que en 33 años no he probado ni un mejillón, ni una almeja, ni un percebe...Y todo debe de estar buenísimo, lo sé, que soy la primera que en Bélgica o Francia muere de envidia al ver a la gente feliz con sus cubos de mejillones y patatas.

Tacto: no soporto (al igual que mi padre y mi hermano) el tacto de los palos de los helados. Me resulta insufrible. Con los años hemos desarrollado un estupenda habilidad para usar el envoltorio del dulce en cuestión para cubrir el palo sin llegar a tocarlo. También conocemos la opción de los helados sin palo, pero sería demasiado fácil. Lo de relamer el palo ni verlo. ¡Ayyyyy!



Y ahora quiero millones de comentarios (con 10 me conformo, blog de culto) en los que me contéis alguna manía. Yo tengo muchísimas más, pero no las voy a desvelar de golpe que siempre me pueden servir para algún que otro post.