viernes, 17 de enero de 2014

Hasta San Antón, Pascuas son


Para celebrar el 17 de enero yo había preparado una hagiografía bastante completa sobre San Antón, pero Senyoreta Irene, que parece más de dulce que de salado, me sugiere que vaya directamente a los postres y me salte la parte del cochinillo.

Os resumo que Antón Abad era un rico egipcio que lo dejó todo y se echó al monte, en modo asceta. La gente lo quería mucho pero él pasaba bastante de vivir en comunidad ya que tenía una particular visión del "ojos que no ven, corazón que no siente":

 El que permanece en la soledad se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra, y la de la vista. No le queda más que un sólo combate: el del corazón.

Y tenía más razón que un santo (con perdón del chiste fácil), pero así yo también juego.



¿De dónde viene el gorrino de San Antón?

Hay varias hipótesis pero mi favorita es que San Antón curó a unos jabatos de la ceguera y desde entonces, la madre jabalina se convirtió en la defensora del santo frente a otras bestias. El cuento de Peppa Pig del sigo IV.

La fiesta

Entre las múltiples tradiciones asociadas a la festividad de San Antón, ha destacado siempre la de la subasta o sorteo de un gorrino. Antiguamente, en muchas localidades se soltaba en las calles un gorrino el día de San Antonio de Padua (en junio) que era engordado generosamente por todos los vecinos y se sacrificaba el día de San Antonio Abad.


 Aunque hoy en día sólo andan por las calles y con correa los cerdos vietnamitas (me temo que más por esnobismo que por devoción) sigue manteniéndose en algunos pueblos la tradición del sorteo de un cerdo. En otros lugares, en la rifa se ha sustituido el marrano de forma prosaica por un televisor o una bicicleta. Lo importante es el fondo, no las formas.

En Madrid son típicos los panecillos de San Antón. Se trata de un pan basto, elaborado con poca humedad, que puede conservarse varios meses y hace alusión al pan que comía San Antón en el desierto durante sus épocas de ayuno.

En mi tierra se tomaron alguna licencia, y reinterpretaron los ayunos del santo en un dulce típico llamado Caballo de San Antón. Lejos de la aspereza de los panecillos madrileños, su sabor se asemeja al de los bollos suizos, y su característica principal es que tiene forma de caballo (o de lazo, según mi familia política, júzguenlo ustedes). El Caballo de San Antón es muy apreciado por los lugareños, tanto que durante las fiestas patronales de agosto se elabora en las panaderías alguna tirada fuera de temporada para satisfacer la nostalgia de aquellos emigrantes que vuelven de veraneo. Viene a ser algo así como comer turrón en agosto, pero ya digo, lo importante es el fondo, no las formas.

Foto cortesía de mi señora madre. Al caballo sólo le falta relinchar.







4 comentarios:

  1. A esa frase tan sabia, yo le añadiría el olfato...

    Quién pillase ahora un caballo de esos.

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  2. Pues fíjate que cuando he visto la foto en Feisbú me ha parecido que el bollo se parecía al gremlin. Es como eso de las manchas de tinta que te enseñan los psiquiatras, que cada uno ve una cosa. Pero vamos, que ya me comía yo uno ahora mismico, que voy teniendo hambre.
    Un beso.

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    1. ¿Al Gremlin? Será por lo de los ojos rojos... Lo de las manchas de tinta , ¡qué idea! Debo hacerme con unas. Besos.

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